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  • Angélica Rico Sarmiento

EL NADAÍSMO EN LA BÚSQUEDA DE UNA VANGUARDIA PERDIDA



Colombia, durante el siglo XX, atravesaba por una de las épocas más convulsas de su historia: múltiples guerras civiles, dictaduras y el periodo llamado “La violencia” surgido inmediatamente después del asesinato del liberal Jorge Eliecer Gaitán en abril de 1948. Todos estos sucesos y la permanente disputa entre partidos tradicionales llevaron al país y a su gente a un atraso sin precedentes donde el analfabetismo era la marca característica del colombiano.


Esto por una parte, por otra, el centralismo al que también era sometido el país no permitía el surgimiento de propuestas renovadoras que ayudaran a mejorar el panorama cultural si es que estas se originaban fuera de la capital, de manera que, quien no vivía en Bogotá y quien no respiraba su aire colonial, gozaba de una existencia casi nula en Colombia.


Ahora bien, si hablamos de un atraso de años e incluso de décadas con respecto a otros países latinoamericanos y de Europa, también hablamos de una literatura y una poesía regida por costumbres españolas, ingenua y con una lírica que, con los avatares del tiempo, iba quedando ya obsoleta.




En torno a este acontecer nacional, empiezan a surgir, en la capital, grupos de intelectuales que eran conscientes de ese atraso cultural y desde entonces se preocuparon por mejorarlo. Así es que, en los primeros años del siglo XX, aparecen los primeros grupos de rebeldes que surgen como reacción al inconformismo y a la preocupación por la situación del país. No obstante, ninguno logró apartarse por completo ni de las discusiones políticas ni de las consignas de fidelidad a la religión y a la patria propias del siglo XIX. No encontraban la manera de guiar las vanguardias.


Sin embargo, en 1958, aparece en un periódico de renombre nacional, el Primer Manifiesto Nadaísta escrito y firmado por un tal Gonzalo Arango, desconocido hasta ese momento. “No dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio” se leía entre sus líneas. A partir de ese momento empieza el auge del Nadaísmo. Su progenitor: un hombre de pasados veinte años nacido en los Andes antioqueños y que había estudiado unos pocos semestres de derecho en la Universidad de Antioquia. Su propósito: desacreditar el orden y despertar al pueblo colombiano a una vida libre, sin prohibiciones morales. Su mayor enemigo: la iglesia.




El Nadaísmo proponía, desde ese primer manifiesto, una revolución espiritual que despertara a sus compatriotas tan pasivos y resignados al disfrute de los placeres propios de esta existencia, a los que nadie accedía por temor al infierno que prometía la iglesia si es que los hombres se rendían ante tales bajezas. Por ello, los más altos valores nadaístas serían: el sexo, la locura y la libertad. Ciertamente, predicaban la conquista del pan sin excluir el paraíso, como escribiría luego el propio Gonzalo Arango, ahora conocido como "El Profeta de la Nada".


Por supuesto, la irreverencia que caracterizó sus primeras contiendas iba a verse reflejada también en su prosa y en su poesía: el humor negro, el erotismo, el desenfado en el lenguaje y en sus formas eran sus propuestas creadoras para una literatura exenta de dogmas. Claro, en un país tan puritano y tradicional como era Colombia en los años sesenta, lograrlo no sería sencillo. Así que, como mejor arma de comunicación, eligieron el escándalo.


La vida pública del Nadaísmo, o mejor, de Gonzalo Arango, no era tímida de manera alguna. Sus apariciones eran dignas de ser recordadas en los noticieros y periódicos del siguiente día y esa era, precisamente, la atención que requería su revolución y su movimiento.


Jovencitos de escasos quince años encarnaban la escuela nadaísta, como Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Humberto Navarro, Elmo Valencia, Jaime Jaramillo Escobar, Dukardo Hinestrosa, Darío Lemos y otros más, encarnaban la escuela nadaísta, cuyas proezas fueron desde gritar sus malvadas intenciones en los cafés y plazas de Medellín, hasta la amenaza de bombardear el parque La María en Cali si no cambiaban la efigie de Jorge Isaacs por la sensual figura de Brigitte Bardot. “Hemos elegido, por encima de toda fe, la ética de la derrota y de la ignominia. Le cantamos a los bajos instintos y exaltamos a la categoría de virtud todo lo despreciado por la moral burguesa. Sean crueles y sádicos. Insulten a la belleza. Vomítense en lo sagrado. Ríanse de todo y de todos. Ríanse de ustedes mismos. Vivan hasta el agotamiento. La muerte no existe, proclamaba Gonzalo Arango en la primera de innumerables polémicas.



La ideología nadaísta proponía varias ideas: una belleza nueva, la inmortalidad alcanzada en esta vida y no en otra, la libertad aplicada en todas sus formas, el regreso del hombre a la naturaleza, el amor como equilibrio entre suprema felicidad y suprema desdicha, la iglesia como el enemigo más peligroso de la cultura y, por supuesto, un lenguaje y unas formas diferentes a las acreditadas por la tradición.


Pero, ¿qué llevó a Arango a tomar tales ideas y convertirlas en filosofía de un movimiento? Van a suceder varias cosas, y una de ellas es la crisis religiosa por la que atraviesa Gonzalo Arango en algún momento de su juventud y que, en esencia, es la que va a empujarlo a los umbrales de la literatura y la poesía, ahora representante del valor divino que, al parecer, todo ser humano necesita para sentirse más fuerte. A este episodio, se suma la prohibición de Viaje a pie, una de las obras de Fernando González Ochoa quien sería uno de los impulsos para fundar el Nadaísmo, el Brujo de otra parte.


Ciertamente, el Nadaísmo va a tomar referencia de los movimientos de vanguardia que se dieron en el exterior durante el siglo XIX y XX, y por ello también era criticado dado que, para algunos, los nadaístas carecían de originalidad al retomar postulados que ya habían pasado y que, incluso, ya habían sido sepultados.


Estas ideas y otras más hicieron que el Nadaísmo fuera distinto a los demás y que, en efecto, fuera ese movimiento de vanguardia que el país llevaba treinta años esperando.


No obstante, a mediados de la década del sesenta y principios de los setenta, Gonzalo Arango va a manifestar una transformación notable que sus compañeros van a denominar como Traición al Nadaísmo. “El ángel subterráneo”, como era uno de sus seudónimos, había regresado a Cristo renunciando a su credo de incrédulo, al canto a los bajos instintos, a la revolución y al Nadaísmo. “Reclútame Señor para la salvación o el terror. Los ideales que no cambian la vida corrompen el alma. Esta pureza que cultivo en la soledad me da asco. El espejo ya no me refleja: me culpa. Dios mío, sálvame de esta paz difunta…”, va a escribir en los últimos años de su vida.


Así, a trece años de ininterrumpida rebelión, El Profeta pretendió desmontar su invento, pero ya el Nadaísmo era una institución para sus más fieles seguidores tanto así que, hoy en día, se celebran sesenta años de haberse consolidado como movimiento, y cada año se realizan, en diferentes ciudades del país, los Encuentros Internacionales Nadaísmo en Todas partes para conmemorar a Gonzalo Arango y a su creación vanguardista.


De una manera u otra, el Nadaísmo denunció de forma directa lo que nadie se había atrevido, abrió las puertas a algo distinto y a partir de allí otras tendencias tuvieron cabida en nuestra literatura y en nuestra poesía.


En vista de que la historia es un mito sanguinario; en vista de que el famoso espíritu moderno apesta a intestinos rotos; en vista de todo… Los nadaístas resolvemos decir ¡BASTA! A estas sublimes porquerías; declarar cesante el mito de la inteligencia, y llevar a su casa, a su conciencia, un átomo de locura, de duda, una bomba de desesperación salvadora, para que usted despierte, o en caso contrario, reviente (Manifiesto Nadaísta al Homo Sapiens).

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